Monterrey, México. UDEM. - Gonzalo Galván Patrignani, director de la Escuela de Psicología de la Universidad de Monterrey, analiza una de las reacciones humanas ante la amenaza de la pandemia y establece que la baja percepción de riesgo es un fallo o desequilibrio en la valoración del peligro.
Cuando las personas niegan la peligrosidad de un asunto, como es el caso de la pandemia por COVID-19, y se sitúan en una posición de omnipotencia, es decir, de que nada les puede ocurrir, esto último comienza a operar en favor de fines destructivos, afirmó Gonzalo Galván Patrignani.
El director de la Escuela de Psicología de la Universidad de Monterrey recalcó que la poca capacidad de percibir el riesgo por parte de un sector de la población no es algo que hubiera llegado con la pandemia.
Galván Patrignani puso como ejemplo a aquellas personas que continúan usando tabaco a pesar de las fuertes evidencias de que puede producir cáncer, entre otras letales afecciones; o quienes no utilizan protección al momento de mantener relaciones sexuales y se contagian –y luego contagian– con VIH.
“También aquellas personas que beben alcohol y deciden conducir; incluso, los mismos que aceleran sus vehículos entre las calles, más allá de los límites permitidos, creyendo que los controlan”, recalcó.
El doctor en Psicología Clínica por la Universidad de Oviedo explicó que se trata de personas que no siguen protocolos de bioseguridad, no hacen cuarentena, niegan la pandemia y generan situaciones grupales, entre otros comportamientos.
Valoran las ventajas inmediatas de asumir ciertos riesgos, poniendo por encima de todo bien común el bien individual, es decir, su comportamiento no tiene las características de un comportamiento de tipo prosocial”, afirmó.
En opinión del profesor de la UDEM, este tipo de falencia, o sesgo, en la percepción es más frecuente entre jóvenes y adolescentes; ciertas características, relacionadas con la maduración de un área particular del cerebro (prefrontal) explican la dificultad de las y los jóvenes para ver el peligro.
“No obstante, en la población adulta, esto también sucede y aquí la cuestión madurativa, desde el punto de vista biológico, tiene algo menos que ver; ciertos adultos, ante la pandemia, no han sido capaces de tolerar en su interior la angustia ante la posibilidad de ser contagiados y, por lo tanto, correr el riesgo de perecer; mucho menos aun la posibilidad de ser portadores asintomáticos de virus y contagiar a otros”, expuso.
La baja percepción de riesgo es un fallo o desequilibrio entre la valoración del peligro, representado por algo, y la vulnerabilidad que se tiene ante ello, de acuerdo con Galván Patrignani.
“Una baja percepción de riesgo inclina a las personas a entenderse como no vulnerables, como sujetos poseedores de ciertas características, que los vuelven inmunes ante tal o cual acontecimiento y los hace creerse superiores, o bien, piensan que el azar jugará a su favor”, detalló.
El psicólogo estableció que la pandemia enfrenta a la sociedad a dos tipos de miedos, “los más arraigados y primitivos”: el miedo a lo desconocido y el miedo a la muerte, porque se desconoce la naturaleza del virus, a pesar de los avances en la ciencia, y por la posibilidad de que el contagio puede progresar hasta un final poco deseado: la muerte; o, en algunos casos, con severos síntomas.
“Innegablemente, la situación de la pandemia COVID-19 representa para todas y todos unos estresores de tipo ambiental; lo anterior activa un vasto repertorio de reacciones ante esa realidad”, apuntó.
Galván Patrignani aclaró que no es descabellado reflexionar en la finitud de la vida; de hecho, es algo que acompaña a la humanidad a lo largo de sus ciclos vitales y es adecuado amigarse con la idea de la muerte, aceptarla, porque “negarla es un camino más rápido a ella”.
“Desde lo individual y grupal, debemos ejercer el comportamiento prosocial buscando el bienestar de otras personas, persiguiendo fines sociales; a mayor frecuencia e intensidad del uso de estos comportamientos, mayor es la posibilidad de generar una reciprocidad positiva, de calidad y solidaria en el sentido de: ‘si él o ella me cuida, yo lo cuido’”, señaló.