Proponen abordar la poesía a través de un taller convocado por la Casa Universitaria del Libro.
Gracias a las plataformas digitales, en esta jornada hay participantes de Nuevo León, Tijuana, Guadalajara y Ciudad de México.
Por Guillermo Jaramillo
Monterrey, México, UANL (Punto U).- A Julio César Toledo la pandemia le ha caído de maravilla, pues además de encontrarse en el proceso de corrección técnica de su última novela y asesorar a tres escritores en distintas partes del mundo, ahora mismo está impartiendo el taller “Relojería poética”, en la Casa Universitaria del Libro.
Ha publicado teatro, poesía, algo de narrativa, ensayo y crónica. Maestro de guion en el INBAL, escribe algunos artículos por aquí y por allá. Fue alumno de la Facultad de Ciencias de la Comunicación (FCC) y la Facultad de Filosofía y Letras (FFYL); finalmente estudió teatro en la Escuela Nacional de Arte Teatral en la Ciudad de México.
“Me preocupa mucho el decir, cómo es el decir”, señala el autor de El fervor de la materia, híbrido entre narrativa y ensayo publicado en la colección de los cuadernos “Ínsula” de la revista Armas y Letras.
La poesía vista con ojos de relojero
Contento porque la UANL abrió la convocatoria, Toledo tiene alumnos regiomontanos, de Tijuana, Guadalajara y Ciudad de México. Reconoce los pros y contras que imprime la virtualidad a la poesía.
“La virtualidad deja las cosas diferentes. Es distinto dar un taller presencial, en donde por la experiencia que he ido ganando es como un poco ir midiendo la temperatura del grupo, el feeling, hacia dónde puedes ir, cambiar el rumbo de lo que traías planeado según ves las reacciones de la gente.
“En la virtualidad es un poco más difícil captar estos signos, pero también posibilita tener gente conectada de otras ciudades al mismo tiempo hablando de un mismo tema”, indica Julio César.
Con ojo de relojero, los asistentes al taller buscan en cada sesión el mecanismo para echar a andar la magia de la palabra intervenida.
“Cómo se compone un buen verso, cómo se colocan las estructuras mínimas, pero también potenciales, para tener, en principio, buenos versos, y en su conjunción o construcción, buenos poemas.
“Si alguien se lleva del taller construido un buen verso me parece que podemos darlo por bien servido”, puntualiza Toledo.
La dinámica del taller es heterogénea como el mismo grupo, desde luego propone una serie de lecturas que pueden guiar el análisis de los versos.
“Esa dinámica dual empieza por convocar poesía, es decir la guerra con la construcción de las palabras, y la otra, la disciplina de la construcción del poema a través del conocimiento. Eso es transpiración, muchas horas de trabajar frente al ordenador, la libreta o donde quiera que escribas afilando los versos para lograr un mejor efecto, porque un verso que no duele, no mata, no vale la pena”, explica.
Ante la nueva normalidad
Toledo se concibe un poco antisocial, así que durante el último año se ha dedicado a resolver cosas prácticas de la vida. Esto le ha permitido concluir algunas lecturas inconclusas, cuestionarse algunos aspectos de la vida además de cocinar para sus hijos y seguir enamorado de su mejor amiga, la palabra.
“La vida de todos se ha trastocado con la aparición de este virus. Encierro es una, evidenciar las mezquindades que traemos cada uno adentro.
“Esto de tener que enfrentarnos a nosotros mismos frente a cuatro paredes, la gente con la que vivimos, temas escolares para los que tenemos hijos, el home office.
La intemperie nos arropa, señala Toledo, y la convivencia se vuelve un observatorio del comportamiento humano.
Los mecanismos de relación se han extralimitado transformando la realidad tal por cual. La crisis es el momento más fructífero para el artista.
“Cuando esto pasa pone de manifiesto el sentido humano, y eso siempre equivale a hacerse preguntas, lo cual siempre es favorable para los artistas”, señala.